Las ciudades europeas se van despidiendo del coche: una cuestión de supervivencia urbana
La transformación de las ciudades europeas hacia espacios con menos coches y más orientadas al peatón y a la movilidad sostenible está dejando de ser una excepción para convertirse en la norma. Un reciente artículo del Washington Post, «Why Europe is going ‘car-free’«, destaca cómo diversas ciudades europeas están adoptando políticas ambiciosas con un objetivo …

La transformación de las ciudades europeas hacia espacios con menos coches y más orientadas al peatón y a la movilidad sostenible está dejando de ser una excepción para convertirse en la norma. Un reciente artículo del Washington Post, «Why Europe is going ‘car-free’«, destaca cómo diversas ciudades europeas están adoptando políticas ambiciosas con un objetivo claro: ciudades más saludables y habitables, con cada vez menos automóviles.
Las ciudades optan o bien por eliminar la totalidad de los vehículos particulares en favor del transporte público, o por eliminar el aparcamiento en superficie y el tránsito por determinadas zonas para dificultar su uso, o bien por autorizar únicamente vehículos que no generan emisiones. En un entorno en el que los vehículos eléctricos van abandonando ya toda connotación elitista y apuntando cada vez más a una paridad de precio con los de combustión interna, las ciudades van diseñando sus modelos de movilidad para priorizar la eliminación de las emisiones de la mejor manera posible, balanceando también otros aspectos de índole económica y social.
En París, la alcaldesa Anne Hidalgo ha liderado un proyecto emblemático para restringir el acceso de los vehículos privados en el corazón histórico de la capital francesa. Como describe un informe del Urban Mobility Observatory, a finales de 2024 se creó una «zona de tráfico limitado» (ZTL) que abarca los cuatro distritos centrales, y que ha conseguido reducir drásticamente la circulación vehicular y priorizar a peatones, ciclistas y transporte público. Según datos oficiales, estas medidas, que aún se están desarrollando de manera cada vez más ambiciosa al ver sus buenos resultados, han logrado reducir el tráfico en más del 30%, mejorando significativamente la calidad del aire y devolviendo espacios públicos vitales a los ciudadanos.
Pero París no está en absoluto sola en esta revolución urbana. Otras ciudades europeas como Oslo ya han eliminado prácticamente la totalidad del estacionamiento en superficie en su centro histórico, entendiendo que diseñar los espacios urbanos en torno a las necesidades del automóvil fue un error, y transformando calles y plazas en espacios para la vida social y la movilidad activa. Esta tendencia refleja un cambio profundo en la planificación urbana contemporánea, orientada a combatir no solo la contaminación atmosférica sino también los efectos del cambio climático, y respaldada por estudios académicos y científicos que prueban que la salud tiene que estar necesariamente priorizada por encima de la comodidad. Amsterdam y su plan de acción Clean Air, destinado a prohibir completamente el tránsito de todo tipo de vehículos de gasolina o diesel en la totalidad del territorio urbano en 2030, sigue una filosofía y unas prioridades similares.
En España, la obligatoriedad de contar con zonas de bajas emisiones en todas las ciudades de más de 50,000 habitantes (149 ciudades) va a afectar a más de veinticinco millones de personas, que cambiarán sus hábitos de manera, en muchas ocasiones, importante. Y la cuestión, lógicamente, ya no es si las ciudades deben reducir la presencia de vehículos privados, sino cómo hacerlo de forma efectiva y justa. Frente a quienes aún cuestionan estas medidas alegando perjuicios económicos o sociales, la evidencia recogida por investigaciones y experiencias reales apunta en la dirección opuesta: ciudades con menos coches tienden a ser no sólo medioambientalmente necesarias, sino además, económicamente beneficiosas y socialmente más inclusivas. Es como la artificial y absurda polémica de las zonas peatonales, a las que se oponían ferozmente los comerciantes locales, y que se ha podido comprobar que son sistemáticamente más rentables para la práctica totalidad de los establecimientos.
La transición hacia urbes libres de tráfico privado excesivo ha dejado de ser ciencia-ficción, como anticipábamos en artículos anteriores, para convertirse en una necesidad imperiosa. Europa, una vez más, está liderando esta transformación, enviando un mensaje claro al resto del mundo sobre cómo deben repensarse las ciudades del futuro. El camino está trazado y delimitado, ahora solo falta recorrerlo con determinación e ir eliminando resistencias trasnochadas.