Romper con el «America First»: la Unión Europea debe desmarcarse de la influencia tóxica de los Estados Unidos

A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a un progresivo debilitamiento de las reglas de juego internacionales, marcadas por el constante avasallamiento por parte de Estados Unidos y sus gigantes tecnológicos. Las últimas ofensivas de la Unión Europea contra estos colosos — y, por extensión, contra el omnipresente «sueño americano» que pretende imponer …

Mar 23, 2025 - 18:55
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Romper con el «America First»: la Unión Europea debe desmarcarse de la influencia tóxica de los Estados Unidos

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a un progresivo debilitamiento de las reglas de juego internacionales, marcadas por el constante avasallamiento por parte de Estados Unidos y sus gigantes tecnológicos. Las últimas ofensivas de la Unión Europea contra estos colosos — y, por extensión, contra el omnipresente «sueño americano» que pretende imponer sus normas al resto del planeta — no son más que la confirmación de algo que llevamos tiempo denunciando: hace falta una emancipación regulatoria y sobre todo cultural de la UE con respecto a un país que se ha dedicado a incumplir sistemáticamente todo tipo de reglas de la competencia internacional, ahora ya con Donald Trump bajo el infausto estandarte del «America First». Por supuesto, cuando alguien en la Casa Blanca dice «America First», en realidad está diciendo: «y el resto del mundo me importa un bledo».

La consigna de «America First» pretende servir para encubrir prácticas de proteccionismo, abuso de poder y violaciones de las normas básicas de libre competencia. Bajo el paraguas de la excepcionalidad estadounidense, las empresas de ese país —en particular, las tecnológicas— han gozado de una permisividad inusitada en su crecimiento y consolidación, mientras que Estados Unidos no ha dudado en tensar los hilos diplomáticos cada vez que sus intereses (o los de sus multinacionales) se han visto amenazados.

Resulta sorprendente la ausencia de autocrítica al otro lado del Atlántico respecto a la forma en que se hacen valer sus intereses. Ha quedado clara, por ejemplo, la manera en la que las grandes tecnológicas se han visto envueltas en críticas y acusaciones por posiciones dominantes y prácticas anticompetitivas —como en el caso de Microsoft, Google, Meta, Amazon o Apple—, y no precisamente por supuestas conjuras de gobiernos hostiles, sino por la insistente acción de los reguladores europeos tratando de poner algo de orden en un mercado que se revela cada vez más desigual.

Después de muchos amagos fallidos, la Unión Europea, ha comenzado por fin a exhibir una visión más ambiciosa con la adopción de la Digital Markets Act (DMA). Este reglamento pone el foco en las llamadas gatekeepers, aquellas que cuentan con plataformas gigantescas que se consideran esenciales para el correcto funcionamiento del mercado. Google y Apple encajan a la perfección en este perfil y, según apunta la Comisión Europea, se habrían beneficiado durante demasiado tiempo de una posición de ventaja en el acceso a datos, condiciones de uso y distribución de aplicaciones, en detrimento de desarrolladores y usuarios.

El objetivo de la nueva normativa es obligar a estas compañías a dar acceso a sus plataformas de forma equitativa y transparente, reduciendo barreras de entrada y fomentando una mayor pluralidad. Todo ello desemboca en un panorama mucho más complejo, donde la Unión Europea aspira a convertirse —con dificultades, pero al fin con convicción— en una potencia regulatoria global capaz de imponer sus propias normas a los gigantes estadounidenses. Esto, por supuesto, no es algo que encaje bien en el ideario de un país que, siguiendo la retórica de Donald Trump, continúa promoviendo una visión donde los intereses de los demás quedan, en el mejor de los casos, relegados al olvido.

Paradójicamente, muchos continúan fascinados por ese relato que asocia «America» a la innovación, la libertad y la prosperidad. Un relato que, en realidad, encubre prácticas abusivas y exporta un modelo aspiracional que no necesariamente beneficia a aquellos que lo importan. El llamado «branding» de Estados Unidos, según diversos analistas, está sufriendo un deterioro cada vez más evidente precisamente por estas políticas de corte aislacionista y el exceso de arrogancia de sus líderes. La marca «Estados Unidos» se ha vuelto completamente tóxica.

Con la vuelta triunfal de Trump, el proteccionismo se ha convertido en una parte tan arraigada de la cultura política estadounidense que no basta con un mero giro retórico para combatirlo, como parecen demostrar algunos titulares recientes. Cuando lo que está en juego es la hegemonía tecnológica (y con ella, el poder económico), la Casa Blanca pretende cerrar filas para defender a «sus» corporaciones, mientras hunde la economía de su propio país con recetas estúpidas.

El futuro de la UE pasa por romper de una vez con el yugo estadounidense. A estas alturas, suena casi ingenuo seguir pensando que la Unión Europea puede funcionar como un socio subordinado de una Estados Unidos que la desprecia abiertamente y no solo no va a defenderla contra ningún posible adversario sino que directamente los arma hasta los dientes. Mientras Europa intenta construir un mercado digital europeo competitivo con normas propias y valores transparentes, debemos entender que el futuro pasa por reforzar su soberanía digital y emanciparse de un país que, con su estúpido «America First» ha dado muestras continuadas de desprecio hacia sus supuestos aliados.

Dejar de sucumbir al embrujo de «America» implica cuestionar ese relato aspiracional importado y difundido a través del soft power de películas, series y redes sociales que nos dice que la tecnología más avanzada solo puede provenir de Silicon Valley, o que quienes imponen las reglas en última instancia siempre han de ser las grandes compañías estadounidenses. Apostar por la regulación, la competencia leal y la soberanía digital no es hacer «antiamericanismo», sino comprender que, mientras no dejemos de mirar con deslumbramiento hacia esa gran potencia, nunca habrá un mercado verdaderamente abierto y justo. Si para Estados Unidos «América va primero», tal vez sea hora de que nosotros, desde Europa, nos convenzamos de que no podemos seguir yendo siempre, inevitablemente, al final de la cola.

La Unión Europea necesita enviar un mensaje claro: o se ponen límites al poder abusivo de estos gigantes o tendremos como resultado un mercado cada vez más dependiente de sus intereses, con todo lo que ello implica para la soberanía y la competitividad de la Unión Europea. Es hora de que Europa deje de creer en el «sueño americano» para abrazar su propio «sueño comunitario»: uno en el que la innovación y la competencia no estén secuestradas por el «excepcionalismo» de un país que practica un miope «America First» que no oculta, en modo alguno, un omnipresente «los demás siempre últimos». Con la Digital Markets Act como primer paso, y la creciente determinación de algunos gobiernos europeos, el desafío está servido. Tras muchas décadas dejando que los Estados Unidos se salten todas las reglas y con todos los puentes en llamas por culpa del «Idiot-in Chief», es el momento de no dejar que se sigan saliendo con la suya.