Gracias, Parlamento británico: basta de concesiones al lobby cultural
El ruido mediático que se desató en las últimas semanas con la carta abierta firmada por Paul McCartney, Dua Lipa, Elton John y otros ilustres defensores del statu quo, exigiendo que toda empresa de inteligencia artificial revele la lista completa de obras protegidas usadas en el entrenamiento de sus modelos, una pretensión tan técnicamente inviable …

El ruido mediático que se desató en las últimas semanas con la carta abierta firmada por Paul McCartney, Dua Lipa, Elton John y otros ilustres defensores del statu quo, exigiendo que toda empresa de inteligencia artificial revele la lista completa de obras protegidas usadas en el entrenamiento de sus modelos, una pretensión tan técnicamente inviable como conceptualmente absurda, equivalente a pedir a cada músico que revele la totalidad de canciones que ha escuchado en su vida. Como ya escribí hace poco, el objetivo no era «proteger la creatividad», sino mantener vivo un negocio anclado en la escasez artificial de las copias.
Pues bien, la Cámara de los Comunes británica ha colocado cada cosa en su sitio. Con 195 votos contra 124, los diputados rechazaron la enmienda de transparencia impulsada por la baronesa Kidron. El secretario de Estado de Tecnología, Peter Kyle, lo dijo claramente: enfrentar a la industria creativa con la de la inteligencia artificial es «innecesariamente divisivo» y perjudica al crecimiento económico del Reino Unido. En lugar de ceder al chantaje nostálgico, el Gobierno creará grupos de trabajo para buscar soluciones viables, no parches emocionales.
El remate llegó pocas horas después, cuando Nick Clegg, ex vice-primer ministro, posteriormente devenido en ejecutivo de Meta y ahora evangelista tecnológico, recordó que exigir permiso previo para cada fragmento de datos «mataría de un plumazo» a la industria británica de la inteligencia artificial. Tratar de imponer licencias obligatorias antes de investigar es completamente absurdo. Pura lógica económica, y puro sentido común jurídico.
Entrenar no es copiar, y conviene recordarlo: el copyright protege dos actos muy concretos, la reproducción y la distribución de una obra. Un modelo de inteligencia artificial no hace ni lo uno ni lo otro: analiza, abstrae patrones, genera nuevas combinaciones estadísticas. Pretender que este proceso sea «robo» equivale a acusar de ladrón a cualquier músico que escuche discos o se inspire en otras canciones antes de componer una melodía. Que McCartney pueda «inspirarse» en Chuck Berry está bien, pero que una red neuronal se nutra de McCartney para crear nuevas canciones, por lo visto, no. Hipocresía en estado puro.
El guion es viejo, y responde al déjà vu del miedo tecnofóbico. La industria del vinilo demonizó al casette, la del casette temió al CD, las discográficas litigaron contra el mp3 y, más tarde, contra el streaming. Cada salto tecnológico terminó generando más oferta cultural y más ingresos globales. Hoy, la inteligencia artificial amenaza sobre todo a quienes basan su facturación en alquileres perpetuos de un catálogo que ya amortizaron hace décadas.
Peor aún: esos mismos intérpretes claman por privilegios que ningún otro sector disfruta. Un monopolio de setenta años después de su muerte, mientras el inventor de una vacuna obtiene veinte años de exclusividad… y gracias. ¿Por qué la sociedad ha de subvencionar eternamente los acordes de un hit cuando se libera mucho antes la fórmula de un medicamento que salva vidas? Si la cultura quiere ayudas públicas, que compita con las reglas de la patente industrial. Lo demás es pura captura regulatoria. Lo que décadas de lobby cultural ha conseguido debería, en realidad, retrotraerse a la lógica y al sentido común, no continuar aumentándose.
Es simplemente una cuestión de innovar o fosilizarse: al rechazar la enmienda, los diputados británicos han elegido abrir la puerta al próximo ciclo de innovación, en lugar de blindar un negocio de nostalgia. No hay «guerra» entre creadores y máquinas: hay industrias que aprenden a usar nuevas herramientas y otras que se atrincheran en la queja permanente. El Parlamento británico ha optado por la primera. Aplaudámoslo.
Y a quienes insisten en llamar «robo» a lo que no es copia ni distribución, solo cabe recordarles que a menos privilegios, más creatividad. Si el arte vive de inspirarse en el pasado, dejemos que también las máquinas lo hagan. Lo contrario no es proteger la cultura, es embalsamarla.
This article is also available in English on my Medium page, «AI is not theft: the UK just got it right«