La historia del Apple Watch y una lección sobre el alarmismo tecnológico

Cuando Apple anunció, en 2018, que su reloj inteligente incluiría un electrocardiograma (ECG) y la capacidad de detectar arritmias como la fibrilación auricular, no tardaron en aparecer los profetas del desastre. Desde medios reputados hasta cardiólogos aparentemente desbordados por su imaginación, pasando por muchos comentaristas habituales, no faltaron opiniones y titulares que predecían un inenarrable …

Jun 7, 2025 - 19:00
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La historia del Apple Watch y una lección sobre el alarmismo tecnológico

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Cuando Apple anunció, en 2018, que su reloj inteligente incluiría un electrocardiograma (ECG) y la capacidad de detectar arritmias como la fibrilación auricular, no tardaron en aparecer los profetas del desastre. Desde medios reputados hasta cardiólogos aparentemente desbordados por su imaginación, pasando por muchos comentaristas habituales, no faltaron opiniones y titulares que predecían un inenarrable apocalipsis en las consultas médicas: oleadas de pacientes convertidos en hipocondríacos asustados, saturación total de los sistemas sanitarios, millones de falsos positivos por doquier y una población completamente neurótica consultando a su cardiólogo cada vez que el reloj vibrase en su muñeca.

En The Washington Post, un artículo de 2018 advertía que el Apple Watch «podría causar muchos más problemas de los que solucionaba«, citando a expertos preocupados por la fiabilidad de los resultados y la ansiedad generada en pacientes sin síntomas clínicos reales. En Axios, el tono era similar, y según The New York Times, la nueva funcionalidad «no estaba exenta de riesgos» y, según algunos médicos, «podría inducir a diagnósticos incorrectos y a generar ansiedad innecesaria». Aquí mismo llegué a tener comentarios de una médico que me criticaba duramente por hablar de un dispositivo que, según ella, nunca serviría para nada.

Estas críticas tempranas reflejaban, en realidad, miedo, escepticismo y una cierta cantidad de arrogancia médica, e iban iban mucho más allá del escepticismo razonable. Algunos especialistas llegaron a calificar la función de ECG como «prematura», «poco útil en contextos reales» y potencialmente «dañina» para el sistema de salud. El argumento era tan claro como condescendiente: la gente no sabe interpretar datos médicos, y mejor que no los tenga.

Años después, la ciencia, los hechos y la realidad se imponen: los estudios pintan un panorama completamente distinto. Un ensayo publicado en el New England Journal of Medicine en 2019, con más de 400,000 participantes, concluyó que el Apple Watch tenía una especificidad notablemente buena en la detección de fibrilación auricular, con una tasa de falsos positivos bastante baja, y un valor real como herramienta de cribado poblacional. La prestigiosa JAMA publicó otro en términos similares, y otro artículo en Nature respaldaba estos resultados, destacando que, aunque el Apple Watch no reemplaza un ECG clínico (solo tiene dos electrodos), sí puede servir como herramienta de alerta precoz que lleva al paciente a buscar atención médica adecuada con mayor rapidez. Las legiones de escépticos empezaban a tener problemas: estudios rigurosos publicados en journals de prestigio daban buena cuenta de contribuciones positivas del dispositivo que ellos no solo no habían previsto, sino que habían negado sin ningún tipo de pruebas.

Pero más allá de los estudios, las anécdotas personales han proliferado, con casos reales de vidas salvadas gracias a una simple vibración en la muñeca avisando de algún problema potencial. En 2020 se reportaron múltiples casos de usuarios que descubrieron fibrilaciones auriculares asintomáticas, detectadas exclusivamente por el Apple Watch, lo que les permitió acudir al médico a tiempo y evitar complicaciones graves como posibles embolias cerebrales. Casi nadie se muere de una arritmia, pero mantenerla sin detección ni tratamiento durante un tiempo largo puede ser peligroso. Uno de estos testimonios, de un hombre de 74 años, terminaba con la frase «no estaría aquí para contarlo si no fuera por ese reloj».

El caso del Apple Watch es un ejemplo de libro para los agoreros tecnológicos de cómo el alarmismo tecnológico sistemático acaba, invariablemente, desmentido por la experiencia. La historia se repite con cada nueva disrupción: desde las vacunas de ARN mensajero que estaban «sin probar», que «nos iban a volver estériles», que «nos inyectaban chips» y que «atraían cucharas», hasta la inteligencia artificial generativa, pasando por el coche autónomo o el uso de datos personales para prevención de enfermedades.

Siempre hay voces que reaccionan con miedo, algunas tal vez legítimamente prudentes, pero la inmensa mayoría atrapadas en una mezcla de ignorancia, miedo al cambio y resistencia a perder el control. La evidencia es clara: el tiempo tiende a ridiculizar a los catastrofistas. Hoy, los mismos cardiólogos que en 2018 temían ser inundados por la histeria colectiva, recomiendan en muchos casos el uso del Apple Watch como complemento a la monitorización cardíaca. Y lo que parecía un capricho caro de tecnófilos ansiosos y de hipocondríacos, se ha convertido en un aliado validado por la ciencia y responsable, en muchos casos, de salvar vidas.

La próxima vez que alguien se apresure a declarar una tecnología como supuestamente peligrosa o socialmente destructiva antes de que haya siquiera comenzado su adopción de forma masiva, conviene recordar esta historia. El tiempo no sólo pone a cada uno en su sitio. A veces, también deja en evidencia a los que hablaban demasiado alto y demasiado pronto.