El negocio de la nostalgia: artistas contra la innovación

La reacción airada de algunos artistas consagrados frente al avance de la inteligencia artificial generativa no es otra cosa que la manifestación de una resistencia miope, proteccionista y oportunista. Que nombres como Elton John, Dua Lipa o Chris Martin se alineen para firmar una carta abierta y tratar de presionar al gobierno británico no debería …

May 12, 2025 - 11:22
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El negocio de la nostalgia: artistas contra la innovación

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

La reacción airada de algunos artistas consagrados frente al avance de la inteligencia artificial generativa no es otra cosa que la manifestación de una resistencia miope, proteccionista y oportunista.

Que nombres como Elton John, Dua Lipa o Chris Martin se alineen para firmar una carta abierta y tratar de presionar al gobierno británico no debería sorprender a nadie: los viejos modelos de negocio, los que se enriquecieron en un entorno de control férreo sobre la copia y la distribución, no están dispuestos a ceder un milímetro de su rentabilidad. Pero su enfado no tiene base tecnológica ni lógica legal alguna: simplemente quieren seguir cobrando peajes por innovaciones que no alcanzan a entender.

Lo que la inteligencia artificial hace con las obras protegidas por copyright no es ni copia ni distribución. Es análisis, es extracción de patrones, es aprendizaje automático. Decir que una inteligencia artificial «roba» al entrenarse con obras protegidas es tan absurdo como decir que un músico roba al escuchar miles de discos antes de componer. La inteligencia artificial no copia, sintetiza. Pretender que cada uso de una obra con copyright requiere permiso o pago no solo es técnicamente inviable: es directamente incompatible con el progreso.

En este contexto, contrasta enormemente la reacción del Reino Unido y la de Estados Unidos. En Reino Unido, el lobby musical ha conseguido sembrar dudas políticas. La carta firmada por más de doscientos artistas exige «una protección urgente del copyright contra las herramientas de inteligencia artificial», ignorando que los grandes modelos no almacenan ni replican obras completas, sino que operan a partir de representaciones estadísticas. La ignorancia se disfraza de defensa del arte, cuando en realidad es una defensa del privilegio.

Mientras tanto, en los Estados Unidos, la controversia va en sentido contrario y ha escalado al terreno político: el despido de Shira Perlmutter como directora de la Oficina de Copyright ha generado un auténtico terremoto institucional. Perlmutter fue cesada por publicar un informe que expresaba dudas significativas sobre la legalidad del entrenamiento de modelos de inteligencia artificial con obras protegidas sin autorización. El informe sostenía que muchas de estas prácticas podrían no cumplir con la doctrina del fair use, especialmente en contextos comerciales. Y, según diversas fuentes, su negativa a permitir el uso masivo de estas obras por parte de actores interesados en el desarrollo de algoritmos generativos como Elon Musk habría precipitado su despido.

La cuestión ahora es si la administración respalda una interpretación moderna, funcional y razonable del copyright, o si debe dedicarse a reactivar el conflicto interno entre quienes ven en la inteligencia artificial una oportunidad para democratizar la creación y quienes buscan blindar viejos monopolios culturales. Lo que está en juego no es una disputa estética, sino una batalla ideológica por el control de la creatividad futura.

El verdadero problema es seguir aplicando al siglo XXI un modelo de derechos diseñado en el siglo XVIII. El copyright se ha convertido en una trampa: un obstáculo más para la innovación que un incentivo para la creación. Tengámoslo claro: independientemente del poder que los artistas populares puedan ser capaces de ejercer a la hora de presionar a un gobierno, mientras no haya copia ni distribución literal, no hay delito, ni siquiera en el marco jurídico vigente. Ni debe haberlo.

Intentar extender el copyright hasta cubrir incluso los procesos mentales de las máquinas es una deriva peligrosa. No sólo desincentiva la innovación, sino que refuerza un sistema en el que unos pocos titulares de derechos pueden frenar el avance del conocimiento por el mero hecho de querer seguir cobrando. Y eso no es defender la cultura: es especular con ella.