Tres años con el AirTag: estas son todas las veces que me ha salvado de un buen susto
No soy especialmente despistado, pero reconozco que el ajetreo diario y las prisas juegan malas pasadas. Hace tres años me regalaron un AirTag, ese pequeño localizador de Apple que prometía darnos algo más de tranquilidad. Y madre mía si me la ha dado. Si no hubiese llevado un AirTag en momentos clave, probablemente habría perdido mucho más que mi tranquilidad: desde perder un vuelo hasta pensar que había desaparecido mi coche o una mochila con mi MacBook Pro dentro. Y es que siempre lo digo: el AirTag es un producto maravilloso (que no perfecto). Su diseño minimalista queda bien simplemente como llavero. Tiene una calidad-precio como pocos productos en Apple y es un regalo con el que siempre quedarás bien. Pero aquí no he venido a intentar venderte ningún AirTag, solo a contarte cuatro situaciones personales en las que el AirTag me ha salvado de un apuro. Unas llaves a punto de costarme las vacaciones Recuerdo perfectamente la primera vez que el AirTag me salvó de un buen susto. Era el típico día de caos pre-vacacional: vuelo a Londres, maleta todavía sin cerrar, y un último paseo con el perro antes de dejarlo con la cuidadora. Como suelo hacer, llevaba las llaves de casa en el bolsillo trasero izquierdo, un hábito tan arraigado como peligroso cuando uno va con prisas. Bajé con el perro y, en una de esas maniobras para ponerle la correa, debí de perder las llaves sin enterarme. Sí, se me cayeron del bolsillo del culo. Pero claro, en ese momento ni lo imaginaba. Entregué el perro, volví a casa y, justo al ir a entrar de nuevo... me di cuenta: no tenía las llaves. No estaban en el bolsillo, ni en la chaqueta. El clásico momento en el que empiezas a sudar y sentir calor. Revisas cada rincón, repasas tus movimientos mentalmente. Por suerte (y casi sin darme cuenta de lo útil que era hasta ese momento), abrí la app Buscar y vi que las llaves seguían localizadas en la entrada del portal. El AirTag indicaba la ubicación exacta y ahí estaban, justo donde me había agachado. Llamé a un vecino, me abrió la puerta y el caos se disolvió. Sin el AirTag, probablemente hubiese perdido el vuelo, llamado a un cerrajero... prefiero ni pensarlo. El AirTag se presentó en 2021, no fue hasta 2022 cuando realmente lo necesité por primera vez Una mochila olvidada y el MacBook a salvo… gracias al AirTag En otra ocasión, el AirTag volvió a demostrar lo útil que es. Y esta vez, no perdía un vuelo de Ryanair de 24,99. Te cuento: aquella tarde salía del trabajo, mochila al hombro y mi MacBook Pro dentro. Decidí aprovechar para hacer unas compras en Puerto Venecia, un gran centro comercial de Zaragoza. Primero hice parada en Ikea, tenía que hacer algo en atención al cliente. No me acuerdo bien, pero sí recordaba que la fila era eterna. Después de más de media hora, y decenas de números después, por fin llegó mi turno. Ese ¡pib! suena y tú te levantas corriendo. Por suerte en Ikea hay muchos sofás donde esperar, y claro, yo me había puesto cómodo. Listo, lo resolví todo rápidamente y me fui al cine en otra zona del centro comercial. Lo recuerdo como si fuese ayer. Caminé los diez minutos que separan Ikea del cine y al ir a buscar mi mochila con la botella de agua, entré en pánico. No la tenía conmigo. La mochila con mi portátil, las llaves... señor, si lo de las llaves me dio calor. Esto ya era para caerme al suelo. Aquí fui más rápido, ya había aprendido. Mientras abría la app Buscar para mis adentros decía "que siga en Ikea, que siga en Ikea". Y menos mal, el AirTag marcaba que estaba allí hace cuatro minutos. Pegué el sprint de mi vida y, efectivamente, allí estaba mi mochila intacta. El coche "desaparecido" en un parking de Madrid Esta historia he de reconocer que me avergüenza bastante. Pero bueno, así soy yo. Centro comercial Plenilunio, en Madrid. Antes de vivir en Zaragoza, solía ir bastante, y como buen cabezón que soy, suelo aparcar siempre en la misma zona. Aquel día, los astros no se alinearon y terminé dejando el coche en el parking subterráneo, en una planta donde nunca había estado. Tras la película (sí, me gusta mucho el cine) y una cena tardía, volvimos al parking y… el coche no estaba. No solo eso, sino que todas las referencias me fallaban: algunas salidas estaban ya cerradas, era cerca de la una de la mañana y el parking prácticamente vacío. Tras media hora dando vueltas, con la duda (demasiado real) de si me lo habían robado, estuve a punto de llamar a la policía. En ese estado de pánico, recordé el AirTag que lo llevaba en las llaves y, para no clavármelas en el bolsillo, las había dejado en la guantera del coche. Saqué el iPhone, y aunque la búsqueda de precisión del AirTag no es lo suficientemente buena como para moverte por un parking, al menos confirmaba que el coche seguía en la zona. Esa tranquilidad de saber que el coche no había

No soy especialmente despistado, pero reconozco que el ajetreo diario y las prisas juegan malas pasadas. Hace tres años me regalaron un AirTag, ese pequeño localizador de Apple que prometía darnos algo más de tranquilidad. Y madre mía si me la ha dado. Si no hubiese llevado un AirTag en momentos clave, probablemente habría perdido mucho más que mi tranquilidad: desde perder un vuelo hasta pensar que había desaparecido mi coche o una mochila con mi MacBook Pro dentro.
Y es que siempre lo digo: el AirTag es un producto maravilloso (que no perfecto). Su diseño minimalista queda bien simplemente como llavero. Tiene una calidad-precio como pocos productos en Apple y es un regalo con el que siempre quedarás bien. Pero aquí no he venido a intentar venderte ningún AirTag, solo a contarte cuatro situaciones personales en las que el AirTag me ha salvado de un apuro.
Unas llaves a punto de costarme las vacaciones
Recuerdo perfectamente la primera vez que el AirTag me salvó de un buen susto. Era el típico día de caos pre-vacacional: vuelo a Londres, maleta todavía sin cerrar, y un último paseo con el perro antes de dejarlo con la cuidadora. Como suelo hacer, llevaba las llaves de casa en el bolsillo trasero izquierdo, un hábito tan arraigado como peligroso cuando uno va con prisas.
Bajé con el perro y, en una de esas maniobras para ponerle la correa, debí de perder las llaves sin enterarme. Sí, se me cayeron del bolsillo del culo. Pero claro, en ese momento ni lo imaginaba. Entregué el perro, volví a casa y, justo al ir a entrar de nuevo... me di cuenta: no tenía las llaves. No estaban en el bolsillo, ni en la chaqueta. El clásico momento en el que empiezas a sudar y sentir calor. Revisas cada rincón, repasas tus movimientos mentalmente.
Por suerte (y casi sin darme cuenta de lo útil que era hasta ese momento), abrí la app Buscar y vi que las llaves seguían localizadas en la entrada del portal. El AirTag indicaba la ubicación exacta y ahí estaban, justo donde me había agachado. Llamé a un vecino, me abrió la puerta y el caos se disolvió. Sin el AirTag, probablemente hubiese perdido el vuelo, llamado a un cerrajero... prefiero ni pensarlo.

Una mochila olvidada y el MacBook a salvo… gracias al AirTag
En otra ocasión, el AirTag volvió a demostrar lo útil que es. Y esta vez, no perdía un vuelo de Ryanair de 24,99. Te cuento: aquella tarde salía del trabajo, mochila al hombro y mi MacBook Pro dentro. Decidí aprovechar para hacer unas compras en Puerto Venecia, un gran centro comercial de Zaragoza. Primero hice parada en Ikea, tenía que hacer algo en atención al cliente. No me acuerdo bien, pero sí recordaba que la fila era eterna.
Después de más de media hora, y decenas de números después, por fin llegó mi turno. Ese ¡pib! suena y tú te levantas corriendo. Por suerte en Ikea hay muchos sofás donde esperar, y claro, yo me había puesto cómodo. Listo, lo resolví todo rápidamente y me fui al cine en otra zona del centro comercial. Lo recuerdo como si fuese ayer. Caminé los diez minutos que separan Ikea del cine y al ir a buscar mi mochila con la botella de agua, entré en pánico. No la tenía conmigo. La mochila con mi portátil, las llaves... señor, si lo de las llaves me dio calor. Esto ya era para caerme al suelo.

Aquí fui más rápido, ya había aprendido. Mientras abría la app Buscar para mis adentros decía "que siga en Ikea, que siga en Ikea". Y menos mal, el AirTag marcaba que estaba allí hace cuatro minutos. Pegué el sprint de mi vida y, efectivamente, allí estaba mi mochila intacta.
El coche "desaparecido" en un parking de Madrid
Esta historia he de reconocer que me avergüenza bastante. Pero bueno, así soy yo. Centro comercial Plenilunio, en Madrid. Antes de vivir en Zaragoza, solía ir bastante, y como buen cabezón que soy, suelo aparcar siempre en la misma zona. Aquel día, los astros no se alinearon y terminé dejando el coche en el parking subterráneo, en una planta donde nunca había estado.
Tras la película (sí, me gusta mucho el cine) y una cena tardía, volvimos al parking y… el coche no estaba. No solo eso, sino que todas las referencias me fallaban: algunas salidas estaban ya cerradas, era cerca de la una de la mañana y el parking prácticamente vacío. Tras media hora dando vueltas, con la duda (demasiado real) de si me lo habían robado, estuve a punto de llamar a la policía. En ese estado de pánico, recordé el AirTag que lo llevaba en las llaves y, para no clavármelas en el bolsillo, las había dejado en la guantera del coche. Saqué el iPhone, y aunque la búsqueda de precisión del AirTag no es lo suficientemente buena como para moverte por un parking, al menos confirmaba que el coche seguía en la zona.

Esa tranquilidad de saber que el coche no había desaparecido fue suficiente para rebajar el nivel de angustia y buscar con un poco más de lógica que de ansiedad. Finalmente, resultó que había bajado una planta de más, donde ni siquiera sabía que existía parking. El AirTag no te lleva exactamente al metro cuadrado, pero sí lo suficiente para evitar una llamada al seguro. En mi defensa diré que el centro comercial está "en pendiente" y hay plantas de parking -1 que parecen que estás en planta calle y lo mismo con la -2, que parece que es la -1.
La tranquilidad de viajar con AirTag en la maleta
No todas las historias requieren sustos para demostrar la utilidad del AirTag. Durante una época, viajé frecuentemente entre Madrid y Zaragoza en autobús. Viajaba casi todas las semanas, y mi economía no era (ni es) la suficiente como para ir en tren. Quien ha viajado en autobús, sabe la incertidumbre que deja tener la maleta en la parte de abajo del bus, fuera de nuestra vista. Robos, confusiones con maletas gemelas... la posibilidad de perderla siempre está ahí, sobre todo en las paradas intermedias.
Al subir al autobús, siempre puedo comprobar que la maleta está justo debajo y ante cualquier parada siempre tenía la seguridad de que no se había movido. Por ahora no he sufrido ningún percance, pero sé que si alguna vez la maleta desapareciera, tendría una oportunidad real de localizarla rápidamente. Y solo por esa paz mental, ya ha merecido la pena.
Pensando en la segunda generación: ¿qué le pido al AirTag del futuro?
Tras tres años de uso real, puedo decir que el AirTag es uno de los productos más redondos de Apple para quienes, como yo, viven entre horarios, viajes y pequeños despistes. No es perfecto: la precisión es limitada, no es un GPS puro, pero su integración en la red Buscar y su buen precio hacen que sea un dispositivo que recomiendo tener a todo el mundo.
Ahora, con los rumores de una segunda generación a la vuelta de la esquina, solo puedo esperar que Apple mejore todavía más la precisión. Que el rango de localización llegue más lejos y también la conexión sea más estable. Mientras tanto, seguiré confiando en ese pequeño círculo blanco que, más de una vez, me ha salvado de grandes (y pequeños) disgustos.
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La noticia
Tres años con el AirTag: estas son todas las veces que me ha salvado de un buen susto
fue publicada originalmente en
Applesfera
por
Guille Lomener
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