En plena guerra contra el derecho a reparar, hay algunas marcas dándote las instrucciones para que arregles sus cacharros tú mismo
Vamos a hacer un ejercicio mental: imagina que se te rompe la lavadora. ¿Qué harías? Probablemente cualquier cosa, menos repararla tú mismo. Y no porque no quieras, que ojo, es totalmente lícito, sino porque es difícil. ¿Dónde compras los repuestos para la lavadora? Si se ha roto la junta de la trócola del bamborilero (me lo acabo de inventar), ¿eso dónde se compra? ¿Cómo se cambia? ¿Hay instrucciones oficiales? Las respuestas serán, probablemente, "no sé, no sé, no". Esta es una constante en el mundo de la tecnología. Salvo contadas excepciones, los dispositivos no solo son difíciles de reparar, sino que no hay instrucciones precisas al respecto y las que hay son para modelos concretos. Eso, o tienen una enorme línea roja indicando que si abres el dispositivo anularás su garantía. Esa es la tónica general, pero la realidad es que hay empresas que apuestan por la reparabilidad y por darle al usuario las herramientas necesarias para arreglar sus cacharros. Marcas que nadan a contracorriente y que, en plena vorágine consumista, llevan el derecho a reparar por bandera. El derecho a reparar y sus... cosillas Imagen | Leo Arslan El derecho a reparar surge como respuesta a una situación que seguramente resulte familiar: si algo se rompe, es más caro o merece menos la pena repararlo que comprar uno nuevo. En algunos casos, el dispositivo ni siquiera se puede reparar (véase, por ejemplo, un anillo inteligente). Esto nos ha llevado a generar 35 millones de toneladas de residuos, a emitir 261 millones de toneladas de gases de efecto invernadero y a utilizar 30 millones de toneladas de recursos al año. No reparar sale caro en todos y cada uno de los sentidos. Aunque es fácil pensar en el derecho a reparar como "que la marca me deje abrir el móvil y cambiarle la pantalla", la realidad es que va mucho más allá. Es un concepto con varias patas, desde la reparabilidad por diseño, es decir, que el móvil se produzca de manera que permita el acceso al interior y las reparaciones, hasta la disponibilidad de repuestos y herramientas oficiales. Por no hablar de que no se implementen limitaciones vía software. En Xataka España regula el USB-C para todos los dispositivos. A partir de este año y con una obligación extra Por ejemplo, en el año 2012 (PDF) la cláusula que permitía a las operadoras bloquear los teléfonos que los clientes compraban bonificados se consideró abusiva y hoy, en 2025, los móviles son libres prácticamente por defecto. Eso podría enmarcarse dentro del derecho a reparar. También que la marca permita desbloquear el bootloader del móvil sin anular la garantía. Son solo dos ejemplos, pero nos sirven para entender que el derecho a reparar es bastante amplio. Imagen | Pablo Ibáñez A nivel europeo, este derecho está regulado (aunque no por ello implementado del todo). En el año 2020, el Parlamento Europeo aprobó el derecho a reparar con el fin de hacer que las reparaciones fueran "más atractivas, sistemáticas y rentables, ya sea ampliando garantías, proporcionando garantías para las piezas reemplazadas o mejor acceso a la información sobre reparación y mantenimiento". Entre las medidas respaldadas estaban el sistema de carga común (que forzó a Apple a despedirse de Lightning y a usar USB tipo C) y el etiquetado con la durabilidad. En los años posteriores, esta norma se fue ampliando para incluir más beneficios, como obligar a los fabricantes a reparar, incluso después de termine la garantía, de forma totalmente gratuita o a precios razonables (salvo que el fabricante tenga razones "legítimas y objetivas" para no hacerlo). El problema, claro, es que hay muchos aspectos no definidos o dejados en manos de las empresas. La OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) opina que se ha dejado a discreción del fabricante decidir si una reparación es o no posible, qué es un precio razonable, cuánto tiempo es un tiempo razonable y qué razones son "legítimas y objetivas" a la hora de negar una reparación. El índice de reparabilidad español se aprobó en el año 2021. Estamos en 2025 y ese índice todavía no se ha lanzado En lo que a nuestro país respecta, la implementación ha sido... sutil. Cuando la Unión Europea aprobó en el 2020 el derecho a reparar urgió a los países a implementar "un etiquetado obligatorio para proporcionar información clara, inmediatamente visible y fácil de entender a los consumidores sobre la vida útil estimada y la capacidad de reparación de un producto en el momento de la compra". Francia lo lanzó y España quiso ser el segundo país en hacerlo. Pues bien, el índice de reparabilidad se anunció en el año 2021 y en pleno de 2025 aquí estamos, sin índice de reparabilidad español ni fecha tentativa para su implantación. Lo que sí se hizo, y aquí sí hay que romper una lanza a favor de nuestro país, fue am

Vamos a hacer un ejercicio mental: imagina que se te rompe la lavadora. ¿Qué harías? Probablemente cualquier cosa, menos repararla tú mismo. Y no porque no quieras, que ojo, es totalmente lícito, sino porque es difícil. ¿Dónde compras los repuestos para la lavadora? Si se ha roto la junta de la trócola del bamborilero (me lo acabo de inventar), ¿eso dónde se compra? ¿Cómo se cambia? ¿Hay instrucciones oficiales? Las respuestas serán, probablemente, "no sé, no sé, no".
Esta es una constante en el mundo de la tecnología. Salvo contadas excepciones, los dispositivos no solo son difíciles de reparar, sino que no hay instrucciones precisas al respecto y las que hay son para modelos concretos. Eso, o tienen una enorme línea roja indicando que si abres el dispositivo anularás su garantía. Esa es la tónica general, pero la realidad es que hay empresas que apuestan por la reparabilidad y por darle al usuario las herramientas necesarias para arreglar sus cacharros. Marcas que nadan a contracorriente y que, en plena vorágine consumista, llevan el derecho a reparar por bandera.
El derecho a reparar y sus... cosillas

El derecho a reparar surge como respuesta a una situación que seguramente resulte familiar: si algo se rompe, es más caro o merece menos la pena repararlo que comprar uno nuevo. En algunos casos, el dispositivo ni siquiera se puede reparar (véase, por ejemplo, un anillo inteligente). Esto nos ha llevado a generar 35 millones de toneladas de residuos, a emitir 261 millones de toneladas de gases de efecto invernadero y a utilizar 30 millones de toneladas de recursos al año. No reparar sale caro en todos y cada uno de los sentidos.
Aunque es fácil pensar en el derecho a reparar como "que la marca me deje abrir el móvil y cambiarle la pantalla", la realidad es que va mucho más allá. Es un concepto con varias patas, desde la reparabilidad por diseño, es decir, que el móvil se produzca de manera que permita el acceso al interior y las reparaciones, hasta la disponibilidad de repuestos y herramientas oficiales. Por no hablar de que no se implementen limitaciones vía software.
Por ejemplo, en el año 2012 (PDF) la cláusula que permitía a las operadoras bloquear los teléfonos que los clientes compraban bonificados se consideró abusiva y hoy, en 2025, los móviles son libres prácticamente por defecto. Eso podría enmarcarse dentro del derecho a reparar. También que la marca permita desbloquear el bootloader del móvil sin anular la garantía. Son solo dos ejemplos, pero nos sirven para entender que el derecho a reparar es bastante amplio.

A nivel europeo, este derecho está regulado (aunque no por ello implementado del todo). En el año 2020, el Parlamento Europeo aprobó el derecho a reparar con el fin de hacer que las reparaciones fueran "más atractivas, sistemáticas y rentables, ya sea ampliando garantías, proporcionando garantías para las piezas reemplazadas o mejor acceso a la información sobre reparación y mantenimiento".
Entre las medidas respaldadas estaban el sistema de carga común (que forzó a Apple a despedirse de Lightning y a usar USB tipo C) y el etiquetado con la durabilidad. En los años posteriores, esta norma se fue ampliando para incluir más beneficios, como obligar a los fabricantes a reparar, incluso después de termine la garantía, de forma totalmente gratuita o a precios razonables (salvo que el fabricante tenga razones "legítimas y objetivas" para no hacerlo). El problema, claro, es que hay muchos aspectos no definidos o dejados en manos de las empresas.
La OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) opina que se ha dejado a discreción del fabricante decidir si una reparación es o no posible, qué es un precio razonable, cuánto tiempo es un tiempo razonable y qué razones son "legítimas y objetivas" a la hora de negar una reparación.
En lo que a nuestro país respecta, la implementación ha sido... sutil. Cuando la Unión Europea aprobó en el 2020 el derecho a reparar urgió a los países a implementar "un etiquetado obligatorio para proporcionar información clara, inmediatamente visible y fácil de entender a los consumidores sobre la vida útil estimada y la capacidad de reparación de un producto en el momento de la compra".
Francia lo lanzó y España quiso ser el segundo país en hacerlo. Pues bien, el índice de reparabilidad se anunció en el año 2021 y en pleno de 2025 aquí estamos, sin índice de reparabilidad español ni fecha tentativa para su implantación. Lo que sí se hizo, y aquí sí hay que romper una lanza a favor de nuestro país, fue ampliar la garantía de dos a tres años.

En cualquier caso, este índice es cuestionable. El índice es una puntuación del cero al diez para el que se tienen en cuentan la documentación proporcionada por el fabricante para la reparación, la facilidad para desmontar el producto, la disponibilidad de piezas de repuesto, la relación entre el precio de las piezas de repuesto y del producto original y otros criterios específicos en función de la categoría. Por ejemplo, la cantidad de actualizaciones de software.
¿Quién pone esas puntuaciones? Las propias marcas, fabricantes e importadores. "Las autoridades de Consumo y de Vigilancia de Mercado serán quienes supervisen que el etiquetado es correcto", explicaron desde el Ministerio de Consumo allá por marzo de 2021. De todas maneras, poco nos importa en tanto que su implantación ha sido nula, hasta el punto de que la forma más sencilla de consultar el índice es buscar el producto en la versión francesa del retailer (Amazon Francia, FNAC Francia...).
No toques, ¿por qué tocas?

A pesar del creciente interés en la materia, la realidad es que los dispositivos, electrodomésticos y hasta los tractores siguen siendo difíciles de reparar. Solo hay que echar un vistazo a webs especializadas como iFixit para descubrir que, pese a las regulaciones, normas e iniciativas, reparar un dispositivo tan del día a día como un móvil por uno mismo sigue siendo complicado.
En lo que a móviles se refiere, ha habido iniciativas interesantes como Samsung Self-Repair. Mediante este programa, cualquier persona puede comprar herramientas, piezas y repuestos oficiales para reparar su dispositivo en casa. El problema es que esta reparación no está cubierta por la garantía. Samsung, de hecho, expone que no se hace responsable de ningún daño al producto y que, de pasar algo, ese algo no estará cubierto por la garantía.
A título personal, estaba en Corea del Sur, en las fábricas de Samsung, poco después de que la compañía anunciase esta iniciativa. Pude ver en vivo y en directo cómo un técnico cambiaba la pantalla de un Galaxy S23 Ultra usando el kit oficial y la realidad es que no es fácil. Con maña, paciencia y mucho cuidado seguramente cualquiera ("cualquiera") pueda hacerlo, pero el mero hecho de que las piezas exteriores estén pegadas con pegamento ya supone un obstáculo.
Y hablamos de Samsung como podríamos hablar de Apple. A pesar de que la compañía permite comprar piezas, repuestos y ofrece instrucciones, reparar un iPhone 16 no es sencillo. Como en cualquier móvil, o casi en cualquier móvil, sacar la tapa trasera, que es el primer paso, es todo un desafío. Primero, porque no todo el mundo sabe qué es una llave dinanométrica. Segundo, porque hay muchos componentes que tenemos que manipular y un mal toque en un mal sitio puede dejarnos sin móvil.
Esto, sin embargo, es un movimiento en el buen sentido. Complicado, no alcance de cualquier persona y con sus riesgos, pero viable. Volveremos a esto luego.

En cualquier caso, lo que esta dificultad nos dice es que los móviles, tablets, smartwatches y portátiles, no hablemos ya de unos auriculares y no digamos unos TWS, no están diseñados para ser reparables. No siguen esa premisa de la reparabilidad por diseño que mencionábamos anteriormente. Pueden ser reparados, faltaría más, pero no es sencillo hacerlo por uno mismo ni barato que lo haga la marca.
Uno de los grandes obstáculos en la reparabilidad es el pegamento. En su afán por hacer dispositivos bonitos, delgados, estancos en mayor o menor medida y con acabados premium, las marcas apuestan por sellar las carcasas con pegamento. Quitar el pegamento es un dolor porque requiere calor, púas y muchísimo cuidado. Una vez quitada la carcasa, los tornillos no suelen ser compatibles con los destornilladores que todos podemos tener en casa, sino que requieren modelos concretos. Son reparables, pero no fácilmente reparables. Esa es la conclusión.
Sea como fuere, uno de los casos más curiosos, comentados y polémicos relacionados con el derecho a reparar fue el John Deere. En pocas palabras, la licencia de software de John Deere, que un agricultor acepta en el momento que enciende su vehículo, no solo prohibía la reparación y modificación del tractor, sino que también protegía a la empresa contra demandas por "pérdida de cosechas, de ganancias o de uso del equipo". Los dueños del tractor estaban obligados a llevar el vehículo a la casa ante una avería, pagando quizá tarifas y trabajos más caros que los que cobraría un taller de terceros.

Tal era la situación que los agricultores se pusieron a hackear los tractores. La firma se hartó y firmó un acuerdo con la American Farm Bureau Federation para garantizar a los agricultores el derecho a reparar sus propios tractores, así como usar talleres de terceros o acudir a técnicos independientes.
Tres cuartas partes de lo mismo ha pasado con algunos coches. Casos recientes son el del Mercedes EQS o el BMW iX, vehículos cuyos capós no se pueden abrir. Nada de echar un ojo bajo el capó, literalmente. La llegada del coche eléctrico y tecnológico ha hecho que las reparaciones sean cada vez más complejas e incluso peligrosas (por la batería, sin ir más lejos). En este mismo argumento se escudan también algunos fabricantes de bicicletas eléctricas.
Evidentemente, esto responde a una realidad impepinable: es muchísimo más cómodo enviar un dispositivo, electrodoméstico o vehículo al taller que repararlo por nosotros mismos. No obstante, el contrapunto es que, aunque sea complicado, el usuario debería poder repararlo y eso no siempre es posible. Muchísima suerte intentando encontrar repuestos oficiales en tiendas oficiales de una lavadora, un frigorífico o cualquier electrodoméstico que tengas por casa. No digamos ya instrucciones.
Toma tus piezas e instrucciones

Como decíamos antes, que el derecho a reparar haya cogido fuerza he hecho (y obligado) a las marcas a dar opciones a los usuarios. Si pensamos en tecnología de consumo, Apple y Samsung llevan la delantera al ser las dos únicas marcas de smartphones que ofrecen kits de reparación para sus móviles. No son fáciles de usar, requieren de ciertos conocimientos, paciencia y mañana, pero existen y están a disposición del usuario.
Pero mejor ejemplo de una buena aplicación del derecho a reparar es el de HMD Global. La firma que hasta hace poco explotaba la marca Nokia (ahora sus móviles son HMD) ha apostado por la reparabilidad como propuesta de valor en sus terminales. Ejemplos son el Nokia G42 5G o el Nokia G22, pero mejor aún es el HMD Skyline. Este no solo se puede abrir fácilmente, sino que cambiarle la pantalla es relativamente simple y rápido.

Sin embargo, tenemos que salir de los mercados y sectores más mainstream para encontrar propuestas verdaderamente interesantes. En ese sentido, el mejor ejemplo es Fairphone. La firma holandesa fabrica móviles, portátiles y hasta auriculares TWS que se pueden abrir y reparar fácilmente. Una de las cosas más horribles de los auriculares TWS es que la degradación de la batería hará que, a la larga, la autonomía se reduzca muchísimo.
¿Qué hace Fairphone? Venderte el kit de la batería por diez euros para que se la cambies tú mismo.
Fácil y sencillo, y misma filosofía que siguen otras empresas como Framework.
Dejando de lado la electrónica de consumo más popular, otro sector super interesante que tiene la reparabilidad por bandera es el de la impresión 3D. De hecho, que una de mis impresoras 3D se rompiese fue el germen de este artículo. Las impresoras 3D, dentro de que tiene un nombre muy fancy, son realmente máquinas de fabricación aditiva con tropecientos componentes que se rompen, deterioran o fallan con el paso del tiempo.

Ya sufrí hace años las penurias de tener una impresora 3D rota y un pequeño negocio parado hasta que un técnico me la pudiese reparar. Tras esta experiencia, me lleve una enorme sorpresa cuando vi que la marca de mis impresoras actuales, Bambu Lab, ofrece instrucciones ultradetalladas, ultraprecisas y con vídeos para hacerle absolutamente cualquier cosa a sus máquinas. Desde cambiarle las correas y los tensores que mueven el extrusor hasta cambiar los rieles de fibra de carbono del eje X, pasando por instrucciones para el mantenimiento.
A título personal, he encontrado en arreglar mis máquinas un hobby bastante inesperado. Es frustrante en no pocas ocasiones, algo guarrete (lubricante, grasas, alcohol isopropílico, trapos sucios llenos de residuos, etc.) y requiere tiempo y herramientas (que vienen incluidas con las máquinas, por cierto), pero muy satisfactorio. Ver que tú mismo eres capaz de arreglar un fallo y conseguir que todo vuelva a funcionar con normalidad es glorioso.
Bambu Lab no es la única, sobra decir. Prusa, marca europea y uno de los grandes nombres del sector, ofrece una wiki cargada de conocimiento similar y, poco a poco, el resto de las marcas chinas se han sumado a esta propuesta. Es más, el caso de Prusa es super interesante porque, aunque lanza impresoras nuevas cada cierto tiempo, también lanza kits de actualización. Es decir, que si tienes una Prusa MK3 y quieres una MK4 no tienes que comprar la impresora completa, sino un kit con las piezas necesarias para convertir tu vieja impresora en la nueva.
A diferencia de lo que sucede con los móviles, las marcas de impresoras 3D son conscientes de que la reparabilidad es parte de la experiencia. Lo más probable es que quien se compre una impresora 3D esté dispuesto a asumir que son máquinas que requieren mantenimiento, por eso las impresoras 3D suelen estar diseñadas con la reparabilidad en mente. De ahí que cuando una marca toma un decisión que va en contra de esa premisa, como cerrar el firmware o bloquear el acceso de terceros a su servicio de impresión en la nube, suela ser criticada.

Sea como fuere, algo parece estar cambiando en la industria de la tecnología, al menos sobre el papel y en ciertos sectores. Las empresas han convertido la durabilidad y reparabilidad en una propuesta de valor, siendo el ejemplo más claro que los fabricantes de móviles han empezado a prometer actualizaciones de software durante más años y ofrezcan, obligadas por las normas o no, repuestos, piezas y herramientas. Otra historia será la viabilidad de esto a largo plazo, cuando en lugar de ofrecer piezas para 20 móviles haya que hacerlo para 250.
No todo el mundo tiene que convertirse en un manitas y ser capaz de arreglar el condensador de su congelador, como no todo el mundo tiene que levantar 500 kilos en peso muerto. Pero sí tiene que poder hacerlo, ya sea por sí mismo o llevando el producto a un centro de reparaciones.
Si algo funciona, no tiene ningún sentido en ningún contexto tirarlo y comprar otro producto nuevo. Una reparación es más barata, más ecológica y más consciente, pero para que sea viable la marca tiene que dar opciones. Afortunadamente, cada vez son más las que lo hacen. Ahora es cuestión de dar el siguiente paso, y es diseñar los productos con la reparabilidad en mente.
Imagen de portada | Kilian Seiler
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La noticia
En plena guerra contra el derecho a reparar, hay algunas marcas dándote las instrucciones para que arregles sus cacharros tú mismo
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Xataka
por
Jose García
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