China y la paradoja climática: la estrategia más eficaz del planeta (aunque no te lo creas)

Durante muchos años, la narrativa dominante sobre China en el ámbito climático ha sido bastante simple: el mayor emisor de dióxido de carbono del mundo, adicto al carbón, con ciudades cubiertas de smog y una economía supuestamente insostenible desde el punto de vista ambiental. Sin embargo, los datos más recientes apuntan a una realidad mucho …

May 16, 2025 - 17:44
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China y la paradoja climática: la estrategia más eficaz del planeta (aunque no te lo creas)

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Durante muchos años, la narrativa dominante sobre China en el ámbito climático ha sido bastante simple: el mayor emisor de dióxido de carbono del mundo, adicto al carbón, con ciudades cubiertas de smog y una economía supuestamente insostenible desde el punto de vista ambiental. Sin embargo, los datos más recientes apuntan a una realidad mucho más matizada, e incluso, en ciertos aspectos, profundamente inspiradora.

Según los análisis más rigurosos publicados recientemente, China ha conseguido, por primera vez en la historia, revertir su tendencia de emisiones de dióxido de carbono, un descenso que no es fruto de una recesión o de medidas coyunturales, sino de una estrategia deliberada, masiva y sistemáticamente implementada basada en tres pilares fundamentales: el despliegue masivo e intensivo de energías renovables, una electrificación del transporte de proporciones gigantescas, y una transformación estructural del mercado energético.

Es interesante intentar entender lo que supone el despliegue de energías renovables a escala china, porque la magnitud del esfuerzo es muy difícil de imaginar en términos occidentales. Solo en 2024, China instaló más energía solar que todo el resto del mundo combinado. Actualmente, el país representa más del 50% de todas las instalaciones solares fotovoltaicas globales, y su capacidad eólica instalada también supera con creces a la de cualquier otro país. Abastecer su descomunal mercado interno, además, ha permitido que sus compañías se hagan enormemente competitivas a nivel mundial. Esta expansión se está produciendo en un contexto de planificación centralizada que permite acelerar proyectos a velocidades que resultarían impensables en los marcos burocráticos de muchos países europeos, o en los vaivenes regulatorios del modelo estadounidense.

La generación de energía a partir de fuentes no fósiles, esencialmente solar, eólica, hidroeléctrica y nuclear, representa ya más del 40% del mix eléctrico chino, y sigue creciendo a gran velocidad. Pero lo más importante no es solo la cantidad, sino la dirección: el crecimiento del consumo eléctrico en China se está cubriendo casi en su totalidad con estas fuentes limpias, lo que está consiguiendo algo que me parece completamente histórico: desacoplar por fin el crecimiento económico de las emisiones de carbono.

Otro factor decisivo ha sido la electrificación del transporte. El coche eléctrico está siendo utilizado, gracias a una escala masiva, como una palanca de eficiencia: China no sólo es el mayor fabricante mundial de vehículos eléctricos, sino también el mayor consumidor. Más de la mitad de los coches eléctricos vendidos en el mundo en 2024 se vendieron en China, donde ciudades enteras están sustituyendo sus flotas de autobuses y taxis por versiones eléctricas, y donde los consumidores particulares están adoptando el cambio con una rapidez sorprendente. Este fenómeno tiene un efecto multiplicador sobre las renovables: a mayor electrificación del parque móvil, mayor demanda de electricidad, y por tanto, mayor necesidad de incrementar la capacidad instalada renovable. Y viceversa, con esa dimensión de cambio en el parque móvil, las compañías petroleras están viendo la mayor caída de la demanda de la historia.

El impacto de esta transición en las emisiones es descomunal. Dado el tamaño del parque automovilístico chino, la reducción en emisiones de dióxido de carbono derivada del reemplazo de millones de vehículos térmicos por eléctricos no solo es significativa, sino también tremendamente eficiente desde el punto de vista del coste-beneficio. Ningún otro país del mundo tiene una palanca tan potente y con tanto recorrido.

Además, China está planificando una política energética muy centrada en la eficiencia del sistema. Una tercera pata del enfoque menos visible, pero igual de crucial: la reforma del sistema eléctrico para priorizar la energía más barata, la renovable. Las autoridades chinas han modificado las reglas del mercado para asegurar que las fuentes más limpias y económicas tengan prioridad en la distribución, desplazando a las térmicas de carbón a un papel más marginal y de respaldo. Esto no significa que China haya abandonado el carbón, que sigue siendo parte del mix, especialmente para garantizar la estabilidad en picos de demanda, pero el rol del carbón está claramente en retroceso como fuente base de generación. Con el tamaño de China, hay cambios que no se pueden hacer de la noche a la mañana. Por otro lado, rebajar el coste de la energía gracias a las renovables tiene un efecto adicional absolutamente estratégico: afrontar con más garantías el incremento de la demanda derivada del crecimiento de la inteligencia artificial.

Asimismo, China está utilizando su capacidad de producción masiva para reducir los costes de tecnologías clave como los paneles solares, las turbinas eólicas y las baterías. Gracias a su escala, ha logrado llevar estos precios a niveles que hacen inviable competir con fuentes fósiles en igualdad de condiciones. Irónicamente, buena parte del resto del mundo está importando esta tecnología china y beneficiándose indirectamente de su estrategia, mientras mantiene discursos críticos sobre el supuesto inmovilismo ambiental del país asiático.

La comparación con el mundo occidental es inevitable: mientras muchos países europeos se enredan en debates políticos, subvenciones contradictorias y calendarios de descarbonización constantemente revisados, y mientras los Estados Unidos siguen divididos entre estados progresistas y otros que niegan la crisis climática como el absoluto ignorante de su presidente, China ha optado por una estrategia pragmática, basada en datos y con visión de largo plazo.

Sí, China sigue siendo el mayor emisor del mundo, pero también es, de lejos, el país que más está haciendo para cambiar esa realidad. Y lo está haciendo no por presión internacional, sino por convicción estratégica: sabe que quien domine las tecnologías limpias dominará también la economía del futuro. Que reduzca sus emisiones sin renunciar al crecimiento económico y garantizando al mismo tiempo su seguridad energética es, sencillamente, un caso de estudio de eficiencia política.

No se trata de blanquear a China, algo que no tengo ninguna necesidad de hacer, ni de ignorar sus problemas ambientales o sociales, sino de reconocer que, en lo que respecta al cambio climático, su estrategia no solo es coherente, sino también extraordinariamente eficaz. En un momento en que la crisis climática exige respuestas contundentes y rápidas, convendría que más países miraran menos al dedo que señala el problema… y más a la luna que lo está resolviendo.