Aranceles y automatización: lo absurdo de sabotear la reindustrialización de los Estados Unidos

El Financial Times, en su artículo titulado «Why robots are not the answer to US manufacturing reshoring hopes«, acaba de desmontar la idea del supuesto reshoring express norteamericano gracias a los aranceles y de que los robots cubrirán mañana las 500,000 plazas vacantes en la industria estadounidense. Los autores recuerdan que integrar un robot colaborativo …

May 11, 2025 - 13:54
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Aranceles y automatización: lo absurdo de sabotear la reindustrialización de los Estados Unidos

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

El Financial Times, en su artículo titulado «Why robots are not the answer to US manufacturing reshoring hopes«, acaba de desmontar la idea del supuesto reshoring express norteamericano gracias a los aranceles y de que los robots cubrirán mañana las 500,000 plazas vacantes en la industria estadounidense.

Los autores recuerdan que integrar un robot colaborativo (entre los 25,000 y los 50,000 dólares) cuesta hasta 150,000 dólares cuando se incluyen los necesarios sensores, el preceptivo vallado y la puesta en marcha, y que apenas el 20% de las fábricas medianas de entre 50 y 150 empleados dispone de uno. Dos de cada cinco robots en el país están situados en el sector del automóvil, donde los procesos intensamente repetitivos compensan la inversión, pero fuera de ahí, la automatización «no se amortiza en un abrir y cerrar de ojos».

El problema fundamental es evidente: Estados Unidos no fabrica robots, sino que depende casi íntegramente de Asia y Europa. Los datos del International Federation of Robotics muestran que Japón produce el 46% de los robots industriales del mundo, y que China domina las nuevas instalaciones. Los Estados Unidos, salvo la esperanza de una Tesla que mide sus lanzamientos en el muy dudoso «Elon time», carecen de un campeón local y dependen de compañías como ABB, Fanuc o Kuka para automatizar sus plantas.

Los costes reales implican importantes barreras de adopción. Un brazo robótico que paletiza cajas hasta 40 kg ilustra el dilema: la máquina vale $30,000, pero instalarla sube la factura a $150,000. Para miles de PYMEs, en las que está el grueso del empleo manufacturero, la cuenta sencillamente no sale, sobre todo si cada nuevo lote exige reprogramar la célula.

La nueva línea arancelaria de la Administración Trump impone un mínimo de un 10% de sobrecoste a casi todas las importaciones industriales. Algunos países, como Suiza, se enfrentan al 31%, y China a recargos todavía mayores. Mientras el Idiot-in-Chief sigue diciendo que «arancel es su palabra favorita«, la compañía suiza ABB ya anunció que repercutirá el sobrecoste a los clientes estadounidenses, y la japonesa Fanuc directamente ha renunciado a publicar previsiones para 2025/26 debido a la demencial incertidumbre arancelaria. El resultado inmediato es un aplazamiento de proyectos de automatización y una carrera a encarecer la cadena de suministro de componentes críticos.

La gobernadora de la Reserva Federal, Lisa Cook, resume claramente el problema: gravar bienes de capital desincentiva inversión, ralentiza la difusión tecnológica y empuja la inflación. Si las empresas frenan la compra de robots, la productividad se estanca y la Fed se ve forzada a endurecer el crédito: un boomerang macroeconómico auto-inflingido.

Sin estrategia ni incentivos, esto supone para las compañías norteamericanas competir con la mano atada a la espalda. A diferencia de China o Corea, Estados Unidos carece de una estrategia nacional de robótica, y sus presupuestos científicos se están recortando incluso mientras la Casa Blanca sube los aranceles. Las cadenas de suministro se fracturan, la escasez de técnicos cualificados se agrava y surgen auténticos «cementerios de robots», equipos parados por falta de personal capaz de mantenerlos. La presión sindical añade otra capa: los contratos colectivos exigen compensaciones a los trabajadores desplazados o limitan la introducción de robots, retrasando todavía más la amortización. Y la integración de sistemas avanzados de inteligencia artificial, lejos de ser inmediata, sigue fuera de los niveles de precio para la mayoría de las plantas.

Estamos ante una evidencia clara de un proteccionismo que desarma. El país no produce los robots que necesita, impone tarifas que encarecen su importación, y la automatización se retrasa, con lo que el teórico reshoring pierde atractivo económico. Esto implica que la productividad se debilita, y la Reserva Federal teme nuevas presiones inflacionistas. Mientras Asia consolida su ventaja tecnológica, Washington grava, en vez de impulsar, la herramienta clave para fabricar en casa.

Si la ambición es reindustrializar, el camino pasa por abrir puertas a la automatización, no por levantar absurdos muros aduaneros. De lo contrario, los robots, y con ellos la competitividad, seguirán desembarcando en el puerto de Long Beach… con recargo incluido.