Del 145% al 30% y vuelta a empezar: la montaña rusa arancelaria de Trump con China y el nuevo «caso Huawei»

Donald Trump regresó a la Casa Blanca el 20 de enero afirmando que «esta vez no habrá medias tintas», y su primer objetivo fue China. Apenas diez semanas después, el 2 de abril, proclamó lo que absurdamente denominó como «Liberation Day«: un arancel «recíproco» del 34% a todas las importaciones chinas (y otros a las …

May 20, 2025 - 23:00
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Del 145% al 30% y vuelta a empezar: la montaña rusa arancelaria de Trump con China y el nuevo «caso Huawei»

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Donald Trump regresó a la Casa Blanca el 20 de enero afirmando que «esta vez no habrá medias tintas», y su primer objetivo fue China.

Apenas diez semanas después, el 2 de abril, proclamó lo que absurdamente denominó como «Liberation Day«: un arancel «recíproco» del 34% a todas las importaciones chinas (y otros a las de todos los países de mundo, incluyendo países en los que solo habitan pingüinos). La medida, sustentada en la International Emergency Economic Powers Act, se presentó como una respuesta a la crisis del fentanilo y a los supuestos subsidios que, según Washington, distorsionaban los mercados mundiales.

La escalada fue vertiginosa. Beijing contestó inmediatamente con un gravamen simétrico, y en menos de una semana, la Casa Blanca reaccionó subiendo primero al 84% y luego al 125%, un nivel que el propio secretario del Tesoro, Scott Bessent, describiría después como «el equivalente económico de un embargo». Los mercados de deuda entraron en pánico, el dólar cayó y la inflación de los bienes importados amenazó con devorar los primeros brotes de crecimiento post-pandemia.

Para terminar de liarla, la administración norteamericana eliminó el umbral de minimis de 800 dólares, que libraba de trámites y tasas a los pequeños paquetes. Desde el 2 de mayo, cada pedido de Temu o Shein paga como mínimo un 30%, y un 50% a partir de junio. El guiño a los minoristas tradicionales y al electorado industrial del Medio Oeste encarece desde un collar de dos euros hasta el cablecito USB que las start-ups de Silicon Valley incluyen con todos sus productos.

Con los índices bursátiles al borde de corregir dos dígitos, Washington y Beijing enviaron equipos de urgencia a Ginebra. Allí, en los jardines de la residencia del embajador norteamericano, los negociadores cerraron la «tregua de las 90 días» anunciada el 12 de mayo: un arancel recíproco del 10% que desmontaba temporalmente la bomba del 125%, y la suspensión de la «lista de entidades poco fiables» que hacía que China levantase las restricciones a diecisiete empresas estadounidenses. La tarifa del fentanilo (20%) y otras rondas de aranceles de 2018-23 permanecían intactas.

El acuerdo se consideró «sorprendentemente bueno para China«, fundamentalmente porque el arancel medio efectivo de los Estados Unidos bajaba al 39% frente al 60% previo, y el de China al 27%, menos de la mitad de lo que amenazaba la retórica trumpiana. Las bolsas lo celebraron: el S&P 500 subió un 5% en dos semanas y el CSI 300 recuperó el terreno perdido en abril.

Pero el alivio duró poco. La noche del pasado 13 de mayo, el Departamento de Comercio publicó una directriz que advierte de que los centros de datos estadounidenses no deben utilizar aceleradores Ascend de Huawei, porque hacerlo podría suponer una violación de los controles de exportación si los chips se fabrican con tecnología americana. Cinco días después, Beijing, citando «discriminación flagrante«, exigía a Washington «corregir sus errores» y dejaba entrever posibles represalias.

¿Por qué tanta sensibilidad con Huawei? Primero, por una cuestión de autonomía estratégica: tras el veto 5G de 2019, la compañía dedicó miles de millones a diseñar sus propios SoC. Hoy fabrica en Shenzhen el Ascend 920, un chip de IA competitivo con la gama media de Nvidia. Segundo, por la cadena de valor invertida: si Huawei demuestra que puede prescindir de litografía, software EDA o patentes americanas, el instrumento coercitivo de Estados Unidos se devaluaría. Y tercero, por un posible efecto contagio: bancos, aseguradoras y hyperscalers occidentales que subcontratan alojamiento en la nube china tendrían que pasar a auditar cada wafer de sus servidores, un coste regulatorio que aceleraría la deslocalización hacia India, Vietnam o, paradójicamente, México. Un veto que parecería quirúrgico sobre Huawei terminaría empujando a bancos, aseguradoras, start-ups y proveedores de nube a revisar o abandonar cualquier parte de su infraestructura que pueda «heredar» la prohibición. Así, la política de control de los Estados Unidos no solo dañaría a la empresa china objetivo de la medida, sino que reconfiguraría el mapa de los data centers globales y aceleraría el decoupling tecnológico.

Pero por otro lado, la misma Casa Blanca que endurece el cerco a Huawei ha relajado simultáneamente la AI Diffusion Rule de 2023, dejando la puerta entreabierta para vender GPUs de última generación a supuestos «socios fiables» de Oriente Medio o el Sudeste Asiático. El resultado es una normativa casi imposible de cumplir: el fab taiwanés que graba obleas para los Emiratos no puede asegurar al cien por cien que un reseller local no enviará el lote a Shenzhen.

Lo irónico es que, al rebajar los gravámenes tras el caos de abril, Trump reproduce con más dramatismo la táctica de 2019: apretar hasta que los mercados chillen y después salir a autoproclamarse como pacificador. La diferencia es la capa de inteligencia artificial generativa que ahora en 2025 permea toda la economía: ahora la guerra comercial ya no va solo de paneles solares o de acero, sino sobre modelos de lenguaje entrenados en GPU y edge computing en routers 5G. Si la Casa Blanca bloquea a Huawei sin ofrecer a sus propias multinacionales un marco estable para consumir hardware chino, la fragmentación será permanente. Y si Beijing y sus empresas aceleran la sustitución doméstica a cualquier precio, el mundo acabará con dos ecosistemas incompatibles que encarecerán la innovación para todos.

Una vieja máxima china dice que «la buena comida nunca llega tarde». A la tregua suiza aún le quedan casi ochenta días para demostrar si es un aperitivo de algo más sustancioso o la última pausa antes de la tormenta. La realidad es que los aranceles se pueden deshacer con una firma, pero reconstruir la confianza en las cadenas de suministro, desde las obleas de silicio hasta la nube, puede llevar una década.

Si algo nos enseña el episodio Huawei es que la lógica de la disuasión comercial se vuelve inútil cuando el adversario ya posee el conocimiento crítico, y Huawei de eso tiene mucho: hablamos de una de las empresas de ingeniería más potentes y con más patentes registradas del mundo. Eliminar al proveedor no borra su know-how, solo redibuja la cartografía de la tecnología global. En agosto sabremos si Washington y Beijing han encontrado un punto de equilibrio, o si el «Liberation Day» de abril fue, en realidad, el primer paso hacia una década de redes, chips y aranceles hechos a la carta en cada bloque.

Porque, al final, lo único peor que un mundo donde todos los cables y antenas hablan chino es un mundo en el que cada uno de sus estándares técnicos necesita pasaporte.


This article is also available in English on my Medium page, «What Trump’s latest beef with Huawei reveals about the failed logic of tariffs«