La innovación, los países y las características estructurales
Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La innovación y las lecciones de China e India para la Unión Europea» (pdf), y trata de derivar algunas lecciones de las estrategias de innovación de países como China o India, con sus evidentes características estructurales que las condicionan en todos los sentidos, y la de …

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La innovación y las lecciones de China e India para la Unión Europea» (pdf), y trata de derivar algunas lecciones de las estrategias de innovación de países como China o India, con sus evidentes características estructurales que las condicionan en todos los sentidos, y la de la Unión Europea.
China es un país enormemente interesante como caso de estudio, sobre el que he hablado en numerosas ocasiones. El hecho de ser una economía planificada, no democrática y carente de alternancia en el poder posibilita que pueda trazar estrategias a muy largo plazo, entre las que se encuentra una fundamental: la educación. La apuesta de China por la educación desde principios de este siglo ha logrado que el país cuente ahora con una descomunal base de talento en áreas como la ingeniería, talento que se ha formado sin tener que salir del país, mientras muchas de sus universidades se iban situando entre las mejores en los rankings mundiales. Ahora, China puede presumir de ser el líder absoluto en la llamada deep tech, y sobre todo, en las tecnologías que van a marcar el futuro, desde baterías, vehículos eléctricos o paneles solares, hasta aerogeneradores o inteligencia artificial.
El caso de India es muy diferente, y de hecho, el país está por debajo de China en los índices de innovación. Las razones son múltiples: por un lado, aunque cuenta con un elevadísimo número de jóvenes engrosando un pool de talento que parece casi ilimitado, la estructura del mercado de trabajo y su enfoque en servicios en lugar de la manufactura da lugar a una fuga de talento importantísima, como puedo ver cada año cuando observo la composición del alumnado en mis aulas. Los jóvenes indios, la gran mayoría – aunque no todos – ingenieros, tienden a buscar trabajos fuera de India, aunque por lo general no descarten volver a su país más adelante.
En ese sentido, los desafíos de la Unión Europea son evidentes: en primer lugar, los recursos: los presupuestos de investigación y desarrollo, a pesar de los 1,400 millones de euros asignados en 2025 a apoyar la investigación en deep tech y escalar tecnologías estratégicas, sigue siendo sensiblemente inferior, tanto en importe como en porcentaje, a la que asignan China o India. Pero además, el enfoque exhaustivo a la regulación convierte el emprendimiento, la experimentación y el escalado de nuevas tecnologías en una carrera de obstáculos.
Una cosa es apostar por ser muy garantista, algo muy loable, y tratar de limitar los abusos y las barbaridades que cometen, por ejemplo, unas big tech norteamericanas entre las que están algunas de las compañías más irresponsables y nocivas del mundo, y otra dar lugar a un marco regulatorio en el que cualquier incumbente interesado en seguir siéndolo es capaz, a través de mecanismos de lobbying muy poco transparentes, de paralizar cualquier iniciativa susceptible de amenazar el statu quo. Simplificar el marco regulatorio debería ser un objetivo fundamental para un continente cuya mayor producción podría parecer que no son los productos o servicios, sino la regulación, algo que no construye nada, no produce realmente nada, no construye fábricas, y no genera un valor económico directo como tal.
Por otro lado, y también como problema estructural, está la naturaleza de un tejido de inversión en capital riesgo que en Europa es solo una quinta parte del de Estados Unidos, y que se caracteriza por ser extraordinariamente conservador y timorato, lo que lleva a que la mitad del capital de crecimiento provenga de fuera del continente. Para cerrar esta brecha, Europa debe fortalecer su ecosistema de inversión local y fomentar estrategias de salida que retengan el valor dentro de la región.
Pero más allá del dinero, están las actitudes: fomentar la colaboración público-privada, facilitar el establecimiento de alianzas estratégicas entre gobiernos, empresas y universidades para impulsar la innovación, y sobre todo, promover una cultura de innovación, una mentalidad que no demonice a los emprendedores y que acepte el riesgo como un componente importante, en todos los estratos de la sociedad. No podemos permitirnos una sociedad que critica constantemente al emprendedor y en la que la mayor aspiración de las personas es convertirse en funcionarios.
El talento está uniformemente distribuido, y lo que hay que hacer, además de nutrirlo con la educación adecuada, es evitar que se vaya y quitarle obstáculos para que pueda expresarse en forma de creación de valor, lógicamente sin caer en la irresponsabilidad de permitirlo todo. ¿Está la Unión Europea preparada para plantearse algo así?