La mayor irresponsabilidad de Silicon Valley: la apuesta por Trump se vuelve contra ellos

En un movimiento que muchos interpretaron en su momento como un cálculo despiadadamente pragmático, las grandes compañías tecnológicas y los principales fondos de capital riesgo decidieron respaldar a Donald Trump durante su campaña electoral. Su idea, aparentemente, era que un presidente con escaso bagaje político e intelectual y con una actitud despreciativa hacia la complejidad …

Abr 6, 2025 - 18:48
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La mayor irresponsabilidad de Silicon Valley: la apuesta por Trump se vuelve contra ellos

IMAGE: Grok

En un movimiento que muchos interpretaron en su momento como un cálculo despiadadamente pragmático, las grandes compañías tecnológicas y los principales fondos de capital riesgo decidieron respaldar a Donald Trump durante su campaña electoral.

Su idea, aparentemente, era que un presidente con escaso bagaje político e intelectual y con una actitud despreciativa hacia la complejidad de la innovación resultaría fácil de manejar: se le prometerían empleos y victorias simbólicas a corto plazo, mientras las empresas y los inversores hacían lo que querían a sus anchas, impulsando sus proyectos de aceleración tecnocapitalista sin ningún tipo de controles ni contrapesos excesivos. Sin embargo, tal y como señala un interesante artículo en 404Media , «Big Tech Backed Trump For Acceleration. They Got a Decel President Instead«, el tiro salió espectacularmente por la culata.

Los ejemplos de la desastrosa gestión de la administración Trump se van multiplicando a medida que pasa el tiempo. Uno de los más visibles son las guerras comerciales, que lejos de estimular la competitividad y el crecimiento, se disponen a asfixiar a sectores clave como el de los semiconductores, cuando es evidente que incluso las excepciones propuestas resultan insuficientes frente a la vorágine de aranceles de Trump en su batalla contra China y otros países. Este escenario se dispone a generar serias tensiones en las cadenas de suministro y a frenar inversiones estratégicas en innovación, que podrían haber consolidado el liderazgo tecnológico del país.

El problema de fondo radica en la ingenua, por no decir interesada, convicción de buena parte de los directivos de Silicon Valley de que podrían «capturar» al presidente y mover la agenda a su favor sin demasiada oposición. Como decía Peter Thiel, supuesto paladín de la inversión disruptiva metido a político sin ética ni escrúpulos, se trataba de generar oportunidades ya fuese en el ámbito de los bits o de los átomos. Sin embargo, poner a los mandos de la Casa Blanca a alguien tan escasamente preparado, más interesado en su propia imagen que en la construcción de una estrategia nacional coherente, sólo ha conseguido que las decisiones ejecutivas deriven en todo tipo de conflictos internacionales, en una descomunal pérdida de credibilidad y, en última instancia, en la desaceleración que las propias empresas querían evitar.

Las consecuencias más graves no se limitan al ámbito tecnológico: el retroceso en libertades civiles y el asedio a la comunidad científica amenazan la base misma sobre la que Estados Unidos cimentó su supremacía internacional en las últimas décadas. Investigadores de instituciones como la NASA, Yale o Stanford contemplan marcharse a universidades europeas, y no se trata solo de ciencia básica: grandes centros de innovación podrían seguir el mismo camino si persisten las políticas anticientíficas o la censura gubernamental que han denunciado varios colectivos.

La creciente polarización política que promueve Trump también ha alcanzado al activismo universitario, provocando un ambiente de crispación y persecución ideológica que va en contra de la cultura abierta e innovadora que caracterizaba a las universidades y laboratorios de investigación estadounidenses, motores principales de la competitividad global del país. El daño a la reputación y al liderazgo de Estados Unidos en el mundo es muy serio, como no podía ser de otra manera con un presidente sin ningún tipo de dominio de los temas de los que habla, más preocupado por las apariencias y su ego que por cimentar una política consistente. De hecho, su conocida obsesión con el proteccionismo y la gesticulación patriótica se dispone claramente a aislar a Estados Unidos, poniendo en peligro su capacidad de influencia geopolítica y su fiabilidad como socio.

El balance es una economía que amenaza con contraerse, un panorama de inestabilidad que inhibe nuevas inversiones, y un fortísimo retroceso de la libertad científica e intelectual que lleva a muchos a pensar que están, claramente, ante un dictador que únicamente intenta perpetuarse en el cargo. Para las grandes tecnológicas y los fondos de capital riesgo que apoyaron a Trump, ya fuera por ingenuidad, oportunismo, o porque sencillamente consideraban que podían aprovecharse de la incompetencia de un mandatario con poca habilidad ejecutiva, el resultado se ha traducido en un gigantesco problema de imagen y de viabilidad de sus planes a medio y largo plazo.

Apostar por un presidente con una visión cortoplacista y destructiva no solo no les va a servir para «acelerar» la economía, sino que va a acabar produciendo el efecto contrario. El efecto de Donald Trump, en tan solo 75 días, ha sido ya peor que el del COVID-19. Y con ello no solo se daña la cuenta de resultados de algunas de las mayores empresas del mundo, como es el caso de Tesla, o de Apple o de muchas que vendrán tras ellas ante la brutal caída del mercado, sino que se ve amenazada la posición del país como potencia tecnológica y científica de referencia, un estatus que llevó décadas construir y que, con una combinación de arrogancia, ignorancia y estupidez política, se está desmantelando a pasos agigantados.

El irresponsable error de Silicon Valley y de muchos inversores está en su convencimiento de que un presidente débil e inexperto sería «manejable». No contaban con el componente de irracionalidad y estupidez que podía derivar en una agenda destructiva y suicida, capaz de dejar a la nación sin la baza más preciada de su liderazgo: la credibilidad en la innovación, en la apertura, en la ciencia y en la libre exploración de ideas. En un mundo cada vez más global y competitivo, ese tipo de políticas no solo son un tiro en el pie, sino sobre todo, una peligrosa invitación a perder el tren de la historia y el liderazgo mundial.