Mi casa entera es inteligente pero no quiero ni un electrodoméstico conectado. Es perfectamente compatible
Sí, lo has leído bien. Vivo rodeado de sensores, luces que se encienden automáticamente, rutinas programadas con Alexa o Google Home (pocas, no demasiadas) y asistentes virtuales que me permiten controlar distintos aspectos, incluso cuando no estoy en casa. Sin embargo, hay un ámbito en el que sigo sin ver la necesidad de dar el salto: los electrodomésticos conectados (lavadoras, frigoríficos, hornos, lavavajillas, robots de limpieza...) Cuando se trata de este tipo de aparatos, lo tengo claro: prefiero los de siempre, sin WiFi, sin aplicaciones y sin notificaciones. Y no, no es una contradicción. Es una elección meditada, basada en el uso real que hago de ellos (no voy a conectarlos a la nube), en su coste y, por qué no decirlo, en la confianza que me da su funcionamiento sencillo y probado. Índice de Contenidos (6) Automatización inteligente, pero con cabeza ¿Para qué pagar más por algo que no voy a usar? Un funcionamiento deficiente Más conexiones, más fallos Me preocupa la privacidad La sencillez también es inteligente Automatización inteligente, pero con cabeza Imagen | Enrique Pérez para Xataka Convertir mi casa en un hogar inteligente ha sido un proceso gradual, meditado y, sobre todo, muy satisfactorio. Poco a poco he ido incorporando dispositivos conectados, casi siempre elementos sencillos: desde el control por voz de las luces hasta ventiladores de techo manejados a distancia. En general, pequeñas mejoras orientadas a facilitar la rutina diaria. Sin embargo, con el tiempo he llegado a una conclusión clara: no todo lo “smart” resulta necesario, especialmente cuando se trata de electrodomésticos. La oferta es tentadora: frigoríficos que te avisan si falta leche, lavadoras que puedes manejar desde el móvil… pero lo cierto es que, salvo por un robot de limpieza que sí controlo desde el teléfono, he optado por mantenerme al margen de esta tendencia: por ahora no quiero una lavadora inteligente. Y no ha sido por capricho. Por un lado, cuando me mudé, renové buena parte de los electrodomésticos, y aún no han cumplido ni una década: funcionan perfectamente y no veo motivo para sustituirlos. Por otro, considero que muchas de las funciones “inteligentes” que ofrecen no aportan ventajas reales en el uso cotidiano —al menos en mi caso— y no justifican el sobrecoste que suelen implicar. ¿Para qué pagar más por algo que no voy a usar? Convierto en smart dispositivos pequeños Uno de los grandes problemas que personalmente encuentro en los electrodomésticos conectados es su relación calidad-precio. Por regla general son modelos que con la excusa de poseer funciones inteligentes suelen costar significativamente más. Pero tengo claro que en mi caso, son características que rara vez usaría. ¿Realmente necesito que el frigorífico tenga una pantalla táctil? ¿Voy a abrir una app solo para poner en marcha la lavadora? En mi caso, la respuesta es clara: no. Y si alguna vez tuve dudas, ejemplos como el de ese lavavajillas con WiFi que comentábamos no hacen más que reafirmar mi decisión. En Xataka Smart Home Quiero empezar a montar una casa inteligente: esta es toda la domótica que no puede faltar No se trata solo de una opinión personal. Henry Kim, responsable de ThinQ, ya lo apuntaba en una entrevista con The Wall Street Journal: menos del 50 % de los electrodomésticos inteligentes permanecen conectados a Internet. Aunque se anuncian como dispositivos “smart”, lo cierto es que muchos usuarios apenas aprovechan sus funciones conectadas. Un funcionamiento deficiente Un frigorífico de los de siempre Imagen | Paco Rodríguez Pero mi rechazo no se basa únicamente en su falta de utilidad. Desde mi punto de vista, muchas de estas funciones están mal implementadas o dependen de plataformas poco fiables, que a menudo pierden soporte con el paso del tiempo. Lo viví en primera persona con unas bombillas inteligentes que dejaron de funcionar correctamente tras una actualización. En ese caso la pérdida fue asumible, pero cuando hablamos de una lavadora o un frigorífico, la inversión es considerable, y ahí ya no me parece un riesgo aceptable. Obsolescencia programada. En este sentido, antes de realizar una importante inversión en un producto de este tipo siempre pienso en otras vivencias similares. Aunque el aparato funcione bien, si la app deja de estar disponible, el servicio en la nube desaparece o el sistema operativo queda obsoleto, el electrodoméstico puede perder funciones clave. Y eso pes

Sí, lo has leído bien. Vivo rodeado de sensores, luces que se encienden automáticamente, rutinas programadas con Alexa o Google Home (pocas, no demasiadas) y asistentes virtuales que me permiten controlar distintos aspectos, incluso cuando no estoy en casa. Sin embargo, hay un ámbito en el que sigo sin ver la necesidad de dar el salto: los electrodomésticos conectados (lavadoras, frigoríficos, hornos, lavavajillas, robots de limpieza...)
Cuando se trata de este tipo de aparatos, lo tengo claro: prefiero los de siempre, sin WiFi, sin aplicaciones y sin notificaciones. Y no, no es una contradicción. Es una elección meditada, basada en el uso real que hago de ellos (no voy a conectarlos a la nube), en su coste y, por qué no decirlo, en la confianza que me da su funcionamiento sencillo y probado.
Índice de Contenidos (6)
Automatización inteligente, pero con cabeza
Convertir mi casa en un hogar inteligente ha sido un proceso gradual, meditado y, sobre todo, muy satisfactorio. Poco a poco he ido incorporando dispositivos conectados, casi siempre elementos sencillos: desde el control por voz de las luces hasta ventiladores de techo manejados a distancia. En general, pequeñas mejoras orientadas a facilitar la rutina diaria.
Sin embargo, con el tiempo he llegado a una conclusión clara: no todo lo “smart” resulta necesario, especialmente cuando se trata de electrodomésticos. La oferta es tentadora: frigoríficos que te avisan si falta leche, lavadoras que puedes manejar desde el móvil… pero lo cierto es que, salvo por un robot de limpieza que sí controlo desde el teléfono, he optado por mantenerme al margen de esta tendencia: por ahora no quiero una lavadora inteligente.
Y no ha sido por capricho. Por un lado, cuando me mudé, renové buena parte de los electrodomésticos, y aún no han cumplido ni una década: funcionan perfectamente y no veo motivo para sustituirlos. Por otro, considero que muchas de las funciones “inteligentes” que ofrecen no aportan ventajas reales en el uso cotidiano —al menos en mi caso— y no justifican el sobrecoste que suelen implicar.
¿Para qué pagar más por algo que no voy a usar?

Uno de los grandes problemas que personalmente encuentro en los electrodomésticos conectados es su relación calidad-precio. Por regla general son modelos que con la excusa de poseer funciones inteligentes suelen costar significativamente más. Pero tengo claro que en mi caso, son características que rara vez usaría.
¿Realmente necesito que el frigorífico tenga una pantalla táctil? ¿Voy a abrir una app solo para poner en marcha la lavadora? En mi caso, la respuesta es clara: no. Y si alguna vez tuve dudas, ejemplos como el de ese lavavajillas con WiFi que comentábamos no hacen más que reafirmar mi decisión.
No se trata solo de una opinión personal. Henry Kim, responsable de ThinQ, ya lo apuntaba en una entrevista con The Wall Street Journal: menos del 50 % de los electrodomésticos inteligentes permanecen conectados a Internet. Aunque se anuncian como dispositivos “smart”, lo cierto es que muchos usuarios apenas aprovechan sus funciones conectadas.
Un funcionamiento deficiente

Pero mi rechazo no se basa únicamente en su falta de utilidad. Desde mi punto de vista, muchas de estas funciones están mal implementadas o dependen de plataformas poco fiables, que a menudo pierden soporte con el paso del tiempo. Lo viví en primera persona con unas bombillas inteligentes que dejaron de funcionar correctamente tras una actualización. En ese caso la pérdida fue asumible, pero cuando hablamos de una lavadora o un frigorífico, la inversión es considerable, y ahí ya no me parece un riesgo aceptable.
Obsolescencia programada. En este sentido, antes de realizar una importante inversión en un producto de este tipo siempre pienso en otras vivencias similares. Aunque el aparato funcione bien, si la app deja de estar disponible, el servicio en la nube desaparece o el sistema operativo queda obsoleto, el electrodoméstico puede perder funciones clave. Y eso pese a que el resto del electrodoméstico funcione a la perfección.
Y eso sin contar con que todas esas funciones “smart” dependen de una conexión a Internet. Al final, estoy pagando un extra por características que pueden dejar de funcionar en cuanto algo falle. No hace falta llegar a un apagón —como el que vivimos recientemente—; basta con una caída de la red o un router averiado para que todas esas funciones inteligentes queden completamente inutilizadas.
Más conexiones, más fallos

Puede que me considere un “viejuno digital”, pero si algo me ha enseñado el paso del tiempo es que los dispositivos actuales no duran como los de antes. En casa teníamos un televisor Philips de tubo que funcionó sin problemas durante casi 20 años. Lo cambiamos solo por modernizarnos, no porque dejara de funcionar. Hoy en día, algo así me parece casi imposible.
Y si ya tengo mis reservas con los electrodomésticos en general, cuando pienso en los modelos conectados, esas dudas se multiplican. Su fiabilidad me genera desconfianza. Cuantos más componentes electrónicos, sensores y capas de software tiene un aparato, más puntos de fallo acumula. Y cuando algo falla en un dispositivo inteligente, no solo puede resultar más difícil de reparar, sino también mucho más caro, o incluso inviable si el soporte técnico desaparece o deja de actualizarse.
Me preocupa la privacidad

Tampoco se puede pasar por alto el factor privacidad. Cada dispositivo conectado a Internet recopila y transmite datos, desde patrones de uso hasta información personal sobre nuestros hábitos diarios. Y el problema no es solo que generen datos, sino que muchas veces no queda claro quién los recopila, cómo se almacenan, con qué fines se utilizan o durante cuánto tiempo permanecen guardados.
Esa opacidad convierte lo que podría parecer una función inofensiva en una preocupación más. La falta de transparencia por parte de algunos fabricantes, la cesión de datos a terceros o incluso las posibles brechas de seguridad, hacen que confiar ciegamente en este tipo de tecnología no sea una decisión menor. En un entorno donde cada clic o uso puede ser monitorizado, proteger la privacidad debería ser tan importante como garantizar el buen funcionamiento del dispositivo.
La sencillez también es inteligente
Lo que realmente quiero de un electrodoméstico es que cumpla su función de forma eficiente, que sea fácil de usar y que dure el máximo tiempo posible. Prefiero una lavadora con botones físicos, que pueda arreglar un técnico estándar, antes que una con conectividad Bluetooth que probablemente no use ni una sola vez.
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La noticia
Mi casa entera es inteligente pero no quiero ni un electrodoméstico conectado. Es perfectamente compatible
fue publicada originalmente en
Xataka Smart Home
por
Jose Antonio Carmona
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