La estupidez del carbón y el delirio de los aranceles: la peor apuesta de la Casa Blanca

Las recientes iniciativas de la administración Trump en torno a la industria del carbón resultan tan insólitas como contraproducentes, tanto desde la perspectiva tecnológica y medioambiental como desde la puramente económica. En pleno 2025, insistir en rescatar un sector que, además de emitir altos niveles de dióxido de carbono y contribuir de forma desastrosa al …

Abr 10, 2025 - 17:32
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La estupidez del carbón y el delirio de los aranceles: la peor apuesta de la Casa Blanca

IMAGE: Grok

Las recientes iniciativas de la administración Trump en torno a la industria del carbón resultan tan insólitas como contraproducentes, tanto desde la perspectiva tecnológica y medioambiental como desde la puramente económica.

En pleno 2025, insistir en rescatar un sector que, además de emitir altos niveles de dióxido de carbono y contribuir de forma desastrosa al cambio climático, se encuentra en clara desventaja competitiva frente a las energías renovables, no solo es una muestra de miopía política, sino de un profundo desconocimiento de la realidad de unos mercados energéticos globales en los que, durante el año 2024, el 40% de la energía ya se obtuvo de fuentes renovables, simplemente debido a que sus costes son muchísimo más competitivos.

Más allá de los incontables estudios científicos que han demostrado el impacto nocivo del carbón en la salud pública y en el equilibrio climático, la realidad de los costes de producción de energía limpia se ha vuelto demoledora para quienes defienden al carbón. La energía solar y eólica ya son, según múltiples organismos internacionales, considerablemente más baratas que la producida a partir de combustibles fósiles en cualquier parte del mundo. Apostar por un recurso anticuado y altamente contaminante, por mucho que se disfrace de una trasnochada y patriotera «defensa de la industria nacional», se ha convertido en un absoluto sinsentido. Únicamente alguien desprovisto de criterio o movido por intereses y obsesiones personales se negaría a ver cómo, mientras Estados Unidos trata de sostener la quimera del carbón, otros países, incluida la muy contaminante China, construyen su competitividad en torno a energías renovables cada vez más eficientes y rentables.

Estas acciones desesperadas hacia el sector del carbón no estarían completas sin mencionar la más reciente pirueta política: el anuncio de una «pausa» de 90 días en los aranceles, en teoría para «favorecer a todos los países menos a China«. La medida se presenta como un cambio de rumbo inesperado que, lejos de suponer un alivio para la economía estadounidense, da la impresión de ser el enésimo bandazo improvisado en alguien que carece de todo criterio mínimamente razonable, y que actúa únicamente en función de impulsos. De hecho, algunos analistas sugieren, con bastante criterio, que cada vez son más las personas que empiezan a poner en entredicho la salud mental del presidente, y a plantearse si no nos enfrentamos, más que a una estrategia, a una forma de actuación errática e irracional que podría definirse como «mentalmente insana». Un auténtico trastornado, pero al mando de la Casa Blanca.

No es la primera vez que se apunta a que esta inconsistencia política daña los intereses de Estados Unidos mucho más de lo que ayuda a su tejido industrial. Las escaladas y retrocesos en materia de aranceles, sobre todo cuando se refieren a China, tienen un efecto desestabilizador que acaba por beneficiar a un competidor que, con cada salida de tono de la Casa Blanca, gana credibilidad y estabilidad frente a potenciales socios comerciales. La errática y absurda política arancelaria de Trump posiciona a China como un aliado cada vez más fiable para quienes buscan previsibilidad y sensatez en sus relaciones económicas, justo lo que se espera en un mercado global competitivo.

Esta cadena de disparates políticos, desde intentar resucitar el carbón hasta imponer aranceles que luego se retiran o suavizan de manera ambigua, se traduce en un aislamiento creciente de Estados Unidos, un aliado que recurre a actitudes maximalistas de desprecio y que ha perdido toda fiabilidad. Mientras la mayoría de los países intentan avanzar en la carrera de la innovación, la sostenibilidad y la competitividad global, la administración Trump se aferra a la bandera del “America First” de la peor manera: adoptando medidas que, lejos de situar a Estados Unidos a la vanguardia, ponen en entredicho su capacidad de liderazgo y minan la confianza de aliados tradicionales.

Para cualquier observador externo, la conclusión resulta evidente: la promoción del carbón en plena era de la transición energética no solo es un mal negocio, sino un verdadero disparate ambiental con consecuencias potencialmente graves para el futuro de la humanidad. A su vez, la confusa y cambiante política arancelaria parece obedecer más a impulsos personalistas que a estudios de mercado o a análisis de viabilidad a largo plazo, con lo que la economía estadounidense termina siendo la principal damnificada. De hecho, no son pocos los que sostienen que tras los vaivenes arancelarios se encuentra una simple estrategia de ganancias a corto plazo mediante el insider trading.

En estos tiempos, la aparición constante de noticias sobre «retrocesos» y «anuncios contradictorios» desde la Casa Blanca, unidos a verdaderas ridiculeces sin ningún sentido pero que de repente se convierten en absurdas obsesiones para Donald Trump, está creando un caldo de cultivo perfecto para que el resto del mundo dé la espalda a los Estados Unidos, en busca de un socio que no cambie de postura de la noche a la mañana ni se encastille en posiciones tercas y obsoletas. China, pese a sus propios problemas internos, no deja de aprovechar la ocasión y se presenta cada día más como la contraparte razonable y estable. Paradójico, pero no sorprendente.

Solo un perturbado, un necio o un demente persistiría en defender lo indefendible: un combustible caro y contaminante como el carbón, y una política comercial basada en arrebatos y rabietas impredecibles. La estrategia de Donald Trump se encamina a convertirse en uno de los mayores despropósitos de la historia económica reciente. Un despropósito que, lejos de «hacer a los Estados Unidos grandes otra vez, los relega a un segundo plano, mientras otros actores más pragmáticos y estables toman la delantera.